miércoles, 24 de abril de 2013

El Desafío de Aristóteles





El Desafío de Aristóteles: " Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno,con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo."

martes, 9 de abril de 2013

1. ¿PARA QUÉ SIRVEN LAS EMOCIONES?

Ahora, los últimos momentos de las vidas de Gary y Mary Jane Chauncey, un matrimonio
completamente entregado a Andrea, su hija de once años, a quien una parálisis cerebral terminó
confinando a una silla de ruedas. Los Chauncey viajaban en el tren anfibio que se precipitó a un río de la
región pantanosa de Louisiana después de que una barcaza chocara contra el puente del ferrocarril y lo
semidestruyera. Pensando exclusivamente en su hija Andrea, el matrimonio hizo todo lo posible por salvarla
mientras el tren iba sumergiéndose en el agua y se las arreglaron, de algún modo, para sacarla a través de
una ventanilla y ponerla a salvo en manos del equipo de rescate. Instantes después, el vagón terminó
sumergiéndose en las profundidades y ambos perecieron. La historia de Andrea, la historia de unos padres
cuyo postrero acto de heroísmo fue el de garantizar la supervivencia de su hija, refleja unos instantes de un
valor casi épico. No cabe la menor duda de que este tipo de episodios se habrá repetido en innumerables
ocasiones a lo largo de la prehistoria y la historia de la humanidad, por no mencionar las veces que habrá
ocurrido algo similar en el dilatado curso de la evolución. Desde el punto de vista de la biología
evolucionista, la autoinmolación parental está al servicio del «éxito reproductivo» que supone transmitir los
genes a las generaciones futuras, pero considerado desde la perspectiva de unos padres que deben tomar
una decisión desesperada en una situación limite, no existe más motivación que el amor.
Este ejemplar acto de heroísmo parental, que nos permite comprender el poder y el objetivo de las
emociones, constituye un testimonio claro del papel desempeñado por el amor altruista —y por cualquier
otra emoción que sintamos— en la vida de los seres humanos. De hecho, nuestros sentimientos, nuestras
aspiraciones y nuestros anhelos más profundos constituyen puntos de referencia ineludibles y nuestra
especie debe gran parte de su existencia a la decisiva influencia de las emociones en los asuntos humanos.
El poder de las emociones es extraordinario, sólo un amor poderoso —la urgencia por salvar al hijo amado,
por ejemplo— puede llevar a unos padres a ir más allá de su propio instinto de supervivencia individual.
Desde el punto de vista del intelecto, se trata de un sacrificio indiscutiblemente irracional pero, visto desde
el corazón, constituye la única elección posible.
Cuando los sociobiólogos buscan una explicación al relevante papel que la evolución ha asignado a
las emociones en el psiquismo humano, no dudan en destacar la preponderancia del corazón sobre la
cabeza en los momentos realmente cruciales. Son las emociones —afirman— las que nos permiten afrontar
situaciones demasiado difíciles —el riesgo, las pérdidas irreparables, la persistencia en el logro de un
objetivo a pesar de las frustraciones, la relación de pareja, la creación de una familia, etcétera— como para
ser resueltas exclusivamente con el intelecto. Cada emoción nos predispone de un modo diferente a la
acción; cada una de ellas nos señala una dirección que, en el pasado, permitió resolver adecuadamente los
innumerables desafíos a que se ha visto sometida la existencia humana. En este sentido, nuestro bagaje
emocional tiene un extraordinario valor de supervivencia y esta importancia se ve confirmada por el hecho
de que las emociones han terminado integrándose en el sistema nervioso en forma de tendencias innatas y
automáticas de nuestro corazón.
Cualquier concepción de la naturaleza humana que soslaye el poder de las emociones pecará de una
lamentable miopía. De hecho, a la luz de las recientes pruebas que nos ofrece la ciencia sobre el papel
desempeñado por las emociones en nuestra vida, hasta el mismo término homo sapiens —la especie
pensante— resulta un tanto equivoco. Todos sabemos por experiencia propia que nuestras decisiones y
nuestras acciones dependen tanto —y a veces más— de nuestros sentimientos como de nuestros
pensamientos. Hemos sobrevalorado la importancia de los aspectos puramente racionales (de todo lo que
mide el CI) para la existencia humana pero, para bien o para mal, en aquellos momentos en que nos vemos
arrastrados por las emociones, nuestra inteligencia se ve francamente desbordada.